Entre las poblaciones peruanas de Nazca y Palpa descansa uno
de los más grandes misterios arqueológicos de todos los tiempos. El desierto,
uno de los más áridos del planeta, fue el hogar de la cultura Nazca, que entre
los años 200 A.C y 600 D.C creó un conjunto de gigantescos geoglifos, sólo
visibles desde cierta altura, que forman figuras animales, humanas y geométricas.
Desde que los arqueólogos empezaron a estudiar las figuras,
en los años treinta del siglo XX, se han sucedido decenas de teorías sobre su
creación, su significado y, sobre todo, su utilidad. Hoy sabemos con bastante
certeza que los habitantes de la zona crearon los geoglifos retirando las
piedras enrojecidas de la superficie para que se viera la arenisca blanca que
se encuentra debajo pero ¿qué les llevó a crear esas gigantescas figuras?
En un principio los arqueólogos pensaron que las líneas no
eran más que caminos, pero cobraron más fuerza otras teorías que aseguraban que
las figuras constituían “centros de adoración” pensados para agradar a una
divinidad situada en las alturas, e, incluso, formaban un gigantesco
calendario, que tenía como propósito apuntar al sol y los cuerpos celestes.
El hecho de que las líneas de Nazca no fueran más que
caminos no parece lo más atractivo, pero un grupo de arqueólogos japoneses que
ha revelado la situación de 100 nuevos geoglifos de Nazca cree que la primera
teoría, que fue formulada por el antropólogo peruano Julio Cesar Tello (el
primero que estudió seriamente el yacimiento), podría ser en parte acertada.
Los investigadores de la Universidad Yamagata, liderados por
el doctor Masato Sakai, han presentado sus hallazgos en la convención anual de
la Sociedad Americana de Arqueología, que se celebró el pasado mes de abril.
Para entender la relación entre las distintas imágenes,
Sakai y sus colegas analizaron la localización, el estilo y el método de
construcción de los nuevos geoglifos y descubrieron que existen cuatro tipos
diferentes de figuras que tienden a agruparse en diferentes rutas, todas ellas
con el mismo destino: la ciudad pre-inca de Cahuachi. Hoy sólo queda en pie una
pirámide, pero entre el año 1 y el 500, cuando la urbe vivió su esplendor, era
un centro de peregrinación de primer orden y, a todas luces, capital de la
cultura Nazca.
Los investigadores han descubierto que los geoglifos no sólo
varían en cuanto a forma, también en cuanto a tipo de construcción. Algunas
figuras están formadas tras retirar las piedras de su interior y otras tras
apartar sus bordes.
Según los arqueólogos japoneses, las figuras de Nazca fueron
construidas por al menos dos culturas bien diferenciadas, con técnicas y
simbolismos diferentes, que pueden observarse en los geoglifos que trazan el camino
de su zona de origen a la ciudad de Cahuachi.
En 1968, el escritor suizo Erich von Däniken publicó su
libro Recuerdos del Futuro, en el que aseguraba que en la Antigüedad el hombre
había contactado con extraterrestres. Fue entonces cuando se popularizaron las
líneas de Nazca y se asociaron a éstas todo tipo de fenómenos paranormales. En
opinión de von Däniken, los geoglifos eran pistas de aterrizaje para las naves
alienígenas.
Según los arqueólogos japoneses el uso de las figuras de
Nazca fue cambiando con el tiempo. En un principio se crearon por motivos puramente
rituales, pero más tarde fueron colocándose a lo largo del camino que llevaba a
Cahuachi. Estas figuras no servían para señalizar el camino de peregrinación,
que debía estar bien marcado, sino para animar las vistas desde éste, dándole
además un sentido ritual.
“Nuestra investigación muestra que los geoglifos del periodo
formativo se dibujaron para ser vistos desde los caminos rituales”, explica
Sakai. “Sin embargo, las figuras anteriores, del periodo temprano, se
utilizaron como centros rituales en los que, por ejemplo, se realizaban
destrucciones intencionadas de cerámica”.
Los habitantes de la zona siguieron cuidando algunos
geoglifos mucho tiempo después de que perdieran su uso originario, incluso
después del colapso de Cahuachi.